
Son las 7:30 de la mañana y el ruido irritante del despertador te marca el inicio de un nuevo día. Sin embargo, hoy no es un día cualquiera. Te espera un día repleto de baloncesto, mientras preparas tu maleta y comes algo rápido para callar el apetito matinal piensas en como irán los partidos, si lo tienes todo preparado, si no has olvidado nada.
Pasas a recoger a tu ayudante antes de dirigirte al pabellón. Se le ve un poco dormido, pero no te preocupa porque sabes que no tardará en ser el de siempre.
Llegamos unos minutos antes de la hora que convocamos a las jugadoras. Ellas llegan puntuales e impacientes para jugar el primer partido, aunque sean veinte minutos. Reúnes a tus jugadoras, les das una corta charla de concentración y preparación para el partido antes de empezar el calentamiento. Ellas responden. A pocos minutos de empezar el encuentro otra explicación en la que aclaras como afrontaremos el partido, en ataque y en defensa. Mientras te escuchan puedes ver en sus ojos las ganas, el entusiasmo y la euforia retenida como un dóbermann atado a una correa. ¡Un grito y las sueltas! Salen a morder, con agresividad. Tu, en el banco, te tomas unos segundos porque estas sorprendido. Tu compañero te alarga la mano, le respondes y le miras a los ojos y te transmite una confianza y seguridad que te meten en seguida en el partido. Te sientes identificado con el equipo y muy conectado con tu ayudante, todo parece ir bien. Una vez finalizado el match felicitas a tus jugadoras y sacas algunas conclusiones, aún queda mucho para trabajar pero no vamos por mal camino.
Cambias de cancha y de punto de vista, te toca arbitrar algunos partidos (como en los viejos tiempos). El primero junto con el que fue un buen entrenador tuyo y mejor amigo, te felicita por la victoria anterior y te informa de que no eres conciente de lo que acabas de hacer, puede que tenga razón.
Hambriento y un poco cansado vas a darte una ducha, cuando acabas vistes el polo del club. Elegante. Después de una comida en solitario te sientes con fuerzas de nuevo para afrontar el partido de la tarde. Te diriges de nuevo al pabellón para ver algún partido y encuentras al primer entrenador del junior, del cual eres ayudante. Decidís salir del recinto para preparar el partido de la tarde. Sentados con una Coca-Cola cada uno revisáis las jugadas, el enfoque del partido y el cinco inicial, con el que coincidís al cien por cien.
Ya en el vestuario con las jugadoras se les explica que pedimos de ellas, revisamos las jugadas, como afrontaremos el partido y, sobretodo, les animamos. Durante el calentamiento se respira tensión, todo debe salir a la perfección. Las jugadoras están concentradas, con la cabeza en el parquet, se hace notar en los pocos lanzamientos fallados durante las ruedas de tiro. Reunimos a las jugadoras de nuevo y recordamos los conceptos de ataque y defensa y ¡a jugar! Al acabar el partido animas a las jugadoras, han hecho un buen trabajo y han obtenido su recompensa.
Minutos después sentado en la terraza del restaurante, con una horchata fría entre las manos, contrastas opiniones con varios entrenadores, te das cuenta que aún queda mucho para trabajar pero no vamos por mal camino.
De camino a casa y escuchando una pausada canción de Jack Johnson sonríes y es que...eres entrenador de este maldito deporte que tanto amas.